La misteriosa palabra “Abracadabra” ha fascinado a la humanidad durante siglos, resonando en la historia como un poderoso símbolo de protección y curación. Su origen se remonta al siglo II d.C., cuando el médico romano Serenus Sammonicus la empleó en su tratado Liber Medicinalis para combatir la malaria con un amuleto en forma de triángulo equilátero.
¿Qué se oculta detrás de este conjuro? La respuesta sigue siendo esquiva, aunque algunas teorías sugieren que podría derivar de “Abraxas”, una deidad ambivalente en las creencias gnósticas. Para estos antiguos pensadores, Abraxas encarnaba tanto el bien como el mal, simbolizando el fuego y su poder transformador.
Su legado trasciende épocas y culturas. Durante la devastadora epidemia de peste bubónica en Londres, Daniel Defoe observó cómo muchos recurrían a este amuleto, colgándolo en las puertas en un intento desesperado por repeler la enfermedad.
La evolución de la palabra revela su enigma. Desde su forma original en latín tardío, “abracadābra”, hasta su posible conexión con el griego antiguo “ἀβράξας (abráxas)”, cada variante agrega capas a su misterio.
En el corazón de la magia, “Abracadabra” persiste como un hechizo eterno. Su encanto radica en su ambigüedad, su capacidad para evocar el poder del fuego y la protección contra la adversidad.
Así, “Abracadabra” perdura como un recordatorio de la antigua sabiduría y la persistente búsqueda de lo inexplicable en el vasto universo de lo oculto.